Me acerco en silencio y aprecio tu cabello, sigue humedo tras la ducha; huele a rosas frescas; huele a rocío matutino. Estás silente, el cansancio se refleja en tu faz relajada. Estoy cansado, voy despertando y aún tengo sueño pero deseo, más en estos momentos, estar a tu lado; o, al menos, mirarte dormir, velar tu noche.

Duerme –susurro– descansa, ha sido una semana pesada.

Sonríes e intentas abrir los labios, pronuncias palabras tenues sin sentido, no se identifican pero sé a que te refieres.

Ya no hables, duerme. Lo necesitas. –digo–

Duermes entonces. Tu cabeza va cediendo a la gravedad y se va hundiendo lentamente en la almohada. Me quedo a tu lado, de frente, recostado, mirando tu cara; pensando en la nada; queriendo abrazarte, anhelando besarte, suplicando amarte.

Te amo –lo grito en silencio–

Suspiras, parece que me escuchas; deseo que me escuches para que me invites a tus sueños y ahí, aunque sea ahí, hablar y expresar todo lo que he callado durante el día. Y también en tus sueños, por lo pronto, realizar todos nuestros planes. Abrazarnos, besarnos, amarnos; pero sobre todo acortar distancias y regular horarios.

Sueña nena linda quiero que en tu mente me guardes – con ojos húmedos lo digo– que me lleves a tu lado, que nunca me saques; quiero que me ofrezcas un lugar cerca de tí, en tus pensamientos, en tu descanso, en tu alma y tu vida. ¡Ámame con ternura! ¡ámame con pasión!

Me acomodo, me arropo y hundo mi cara en la almohada para ocultar las lágrimas. Sin tocarte te abrazo, te beso, te amo, me apasiono.

Duermo entonces, duermo de nuevo, intentando acortar distancias, intentando regular horarios…